Archivo mensual: abril 2012

La cristalería

Eres luminoso como un sol.  Tierno y espontáneo como un niño.  ¡Cómo me gusta pasar los dedos por tus rizos cuando dejas que le ganen al peluquero!

Tu corazón es diáfano y libre, carente de malicia y quizá también ajeno a la empatía.  Eres como esas flores que capturan la vista y embelezan sin mayores esfuerzos por conquistar aprobación, sólo por el simple hecho de ser.  Así es como cautivan los niños; así es como cautivas tú.

Eres como ese muchacho que entra a una cristalería y se deja llevar por los ojos hasta una pieza que recoge con las manos.  La mira admirado y la toca amoroso.  La acuna en sus brazos y cuando la levanta para mirarla de nuevo se deslumbra, aparta la vista porque ha descubierto otra pieza que lo atrae.

Dejas caer la obra que tenías en tus manos con tal de sacar a la otra de su estante para acariciarla con tus ojos, tus dedos y tus palabras suaves.

No reparas en la ruina a tus pies sino hasta que mis astillas te hieren o crujen bajo la suelas de tus zapatos.

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Deserted Couches

A story by Luis Bernardo Pérez

They just show up on the street, cumbersome and worn, as if boasting how out of place and abandoned they are. Only yesterday they were  furniture in a respectable home and had their own place in a living room or den, but come the morning, you find them on any street corner or under a lamppost -alone- contending against the weather. Their only chance for survival is for a stranger to come by  willing to pick them up to furnish his own house.  This rarely happens.  The dirty upholstery, the cigarette burns, the broken leg, the tattered, shapeless seat make deserted couches objects of scorn.

Most often they sit in the same place for weeks, months even! Harboring every kind of vermin, drinking in rainwater and slowly rotting until at last (to the neighbors’ relief!) the municipal garbage service hauls them away.

Yet just before this happens; just before the weather, moisture and canine detritus completely ruin a deserted couch, you should take the opportunity to stretch out in it.  Don’t let such a chance pass you by !  Any morning as you hurry to work, if you  run into one, take a few minutes… Muster up the courage to overcome your natural disgust over sitting on a piece of furniture in such a state.  Yes, it is very likely that the other passers-by will produce a certain discomfiture, but don’t feel embarrassed.  Act as if you were in your own living room: just sit down and try to find your most comfortable position.  What if the backrest is torn, its innards spilling out everywhere, or if the armrests are loose or stained?  Cross your legs.  You might even feel like smoking or scratching your head.  Let yourself go! Little by little you’ll begin to experience a feeling of placidness, of serenity beyond words that will let you view the world with new eyes.  This perhaps could even be the first time in your life that you momentarily stop to distance yourself from everyday events to view them as if you were sitting in a theater. From that vantage point everyday realities may well appear like a laughable spectacle; like a play with an absurd and ridiculous script.

All at once, this experience will reveal to you the meaning of existence and your own reason for being. Then upon such a revelation (quite comparable to an epiphany!) you will stand up, tidy your suit and be on your way. Nevertheless, it is very likely that you will not be in such a hurry as before… you might not even want to get to work.

Translation: Martha Macías

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La tienda de música

Entrar a una tienda de implementos musicales; esto es, un expendio de instrumentos, electrónica e iluminación, es como entrar a una fábrica de sueños (valga el lugar común).  Los clientes miran, se miran y te miran con los ojos encandilados de soñarse despiertos tocando aquella guitarra en la vitrina tan bien como el Santana que la tiene en sus manos en el cartel del fondo. Un micrófono Shure SM-58 (“de bolita”) automáticamente eleva al tenedor al rango de las grandes voces del rock. Una mezcladora y unas bocinas con power casi, casi te vuelven profesional.

Esos ojos encandilados se reconocen entre sí, aun en un local lleno de extraños.  Se leen los sueños mutuos, intercambian miradas de empatía y se pierden de vista al concluir sus respectivas compras; pero antes, la afirmación no verbal:  mírame bien, pues llegaré al estrellato.

Así armados los clientes van abandonando la tienda en pos del sueño que, después de todo, siempre es el primer paso hacia la realidad.

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La ventana

Siempre la habían alborotado los automóviles que se detenían a recoger pasaje en domicilios cercanos a su casa.  Escuchaba la aproximación de un carro, o la llamada de un claxon y corría a la ventana gritando: “¡Ya llegaron por mí!” a sabiendas de que así no era.  Ella no entendía porqué lo hacía, aun cuando a cada asomada correspondiera una desilusión al confirmar que las visitas jamás eran para ella.

Muy adentro pensaba que un día, él vendría.  Entonces ella dejaría de mirar con envidia a todas aquellas más bellas, alegres, modernas y luego… más jóvenes que ella, abordar desenfadadamente los carros-corceles que las llevarían a la aventura allende la otra esquina.

Una vez alguien detuvo un auto frente a su ventana.  “Ahora sí, llegaron por mí” pensó con una seguridad más hija del fastidio que de la certeza.  Trepó al auto con él y vino el amor, pero no aquel éxtasis eterno plasmado en los libros y películas, sino el amor de los hombres: ese que nace, crece, se reproduce y muere.

En breve se cumplió el ciclo.  Sola de nuevo, ella quedó libre de contemplar el mundo por la ventana.  Instaló una silla ante el cristal y fingía tejer mientras se concentraba en la renovada espera.

Finalmente un día de reunión familiar, un Jaguar negro disminuyó la marcha y se detuvo ante la ventana. Ella fijó la vista, se le encendió el rostro de alegría y levantándose botó las agujas. “¡Ya llegaron por mí! –jubilosa- ¡Ahora sí, llegaron por mí!”  En segundos se retocó el pelo y el maquillaje. Se salpicó de perfume y abandonó la casa llena de invitados pasmados.

Ellos la vieron por última vez en el instante dichoso en que arrojó sus años a la banqueta, antes de acomodarse con coqueta elasticidad en el interior del misterioso vehículo.  Él, cariñoso, la abrazó antes de pisar a fondo el acelerador.  En la casa, el silencio de la consternación se diluyó con un lacónico “Ahora sí llegaron por ella”.

Ella nunca volvería ni se sabría la identidad del hombre del Jaguar.  Por toda explicación, los familiares y amigos hubieron de conformarse con la escueta nota publicada al día siguiente en el diario local:

CIUDAD, 20 DE ABRIL.  Una mujer que viajaba a bordo de un flamante Jaguar negro encontró su destino final cuando perdió el control de su vehículo, despeñándose por el Desfiladero de la Muerte.  No hubo más víctimas.  La tragedia ocurrió ayer hacia las 16:00 horas aproximadamente.

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