Siempre la habían alborotado los automóviles que se detenían a recoger pasaje en domicilios cercanos a su casa. Escuchaba la aproximación de un carro, o la llamada de un claxon y corría a la ventana gritando: “¡Ya llegaron por mí!” a sabiendas de que así no era. Ella no entendía porqué lo hacía, aun cuando a cada asomada correspondiera una desilusión al confirmar que las visitas jamás eran para ella.
Muy adentro pensaba que un día, él vendría. Entonces ella dejaría de mirar con envidia a todas aquellas más bellas, alegres, modernas y luego… más jóvenes que ella, abordar desenfadadamente los carros-corceles que las llevarían a la aventura allende la otra esquina.
Una vez alguien detuvo un auto frente a su ventana. “Ahora sí, llegaron por mí” pensó con una seguridad más hija del fastidio que de la certeza. Trepó al auto con él y vino el amor, pero no aquel éxtasis eterno plasmado en los libros y películas, sino el amor de los hombres: ese que nace, crece, se reproduce y muere.
En breve se cumplió el ciclo. Sola de nuevo, ella quedó libre de contemplar el mundo por la ventana. Instaló una silla ante el cristal y fingía tejer mientras se concentraba en la renovada espera.
Finalmente un día de reunión familiar, un Jaguar negro disminuyó la marcha y se detuvo ante la ventana. Ella fijó la vista, se le encendió el rostro de alegría y levantándose botó las agujas. “¡Ya llegaron por mí! –jubilosa- ¡Ahora sí, llegaron por mí!” En segundos se retocó el pelo y el maquillaje. Se salpicó de perfume y abandonó la casa llena de invitados pasmados.
Ellos la vieron por última vez en el instante dichoso en que arrojó sus años a la banqueta, antes de acomodarse con coqueta elasticidad en el interior del misterioso vehículo. Él, cariñoso, la abrazó antes de pisar a fondo el acelerador. En la casa, el silencio de la consternación se diluyó con un lacónico “Ahora sí llegaron por ella”.
Ella nunca volvería ni se sabría la identidad del hombre del Jaguar. Por toda explicación, los familiares y amigos hubieron de conformarse con la escueta nota publicada al día siguiente en el diario local:
CIUDAD, 20 DE ABRIL. Una mujer que viajaba a bordo de un flamante Jaguar negro encontró su destino final cuando perdió el control de su vehículo, despeñándose por el Desfiladero de la Muerte. No hubo más víctimas. La tragedia ocurrió ayer hacia las 16:00 horas aproximadamente.
Martha! Escríbeme otro final para mi solita… no aguanto! Quiero llorar. Si esa es la intención, bien lograda!