Las palabras son sombras de cuerpos que se han perdido.
Juan Villoro. Editorial Reforma; abril 20, 2006
Querida tía:
Acabo de leer tu carta. Me ha dado mucho gusto saber de ti. ¡Había pasado tanto tiempo! Te agradezco tus palabras de aliento. En efecto, los muchachos me salieron muy buenos hijos: bellos por dentro y fuera. Saber que disfrutaste la foto de ellos que te mandé vuelve a encenderme el alma con ese reconfortante calorcito que siempre supiste darme.
Bueno, la verdad es que comencé a sentir tu cariño desde que hallé el sobre y reconocí tu letra: las emes simétricas, las eses intrincadas, la cu mayúscula en forma de dos. Tus letras inmediatamente me comunican la alegría de que es un mensaje tuyo. ¡Una alegría diferente a la que me provocaban las letras de él! Sus vocales redondas de igual circunferencia, ligeramente inclinadas bajo el peso de los trazos ascendentes y descendentes me aceleraban el corazón. ¡A veces el papel conservaba el olor de su perfume! Tanto leí sus cartas que dudo se hayan borrado de mi mente el día que las tiré para olvidarlas. Cuando llego a encontrar sobrevivientes letras suyas, vuelo hacia atrás, hasta la distante mañana feliz en que descubrí su declaración de amor envuelta en un sobre manuscrito y cubierto de timbres postales.
En este tiempo de mi vida ya no recibo cartas, sólo lo que llamamos “correos” de Internet. Estos mensajes efímeros me colman con el gusto de la inmediatez y abundancia de las ideas o las emociones vertidas por las palabras de mis remitentes. A veces, la familiaridad incluso me permite escuchar sus voces cuando las leo. Mas con todo y sus virtudes de cercanía y prontitud, antes de destilarse hasta mi corazón, estas palabras entran a mis ojos con la frialdad de una llovizna de gotas iguales, con sus letras iguales, sobre una pantalla siempre igual. Estas palabras sólo tienen sus significados para cobrar vida. A veces hasta es difícil leer los sentimientos que contienen, porque sus letras uniformes, impersonales carecen de intención.
Hoy, en cambio descubrí en un sobre con letras, timbres y sellos postales, una hoja amarilla del bloc que siempre conservabas en la cocina para anotar recados apresurados, recetas recibidas por teléfono o la lista para hacer el mandado. En ella tengo unas palabras hechas con tu letra manuscrita, tipo Palmer, con tus eres de varita (nunca aprendí a renunciar a mis propias eres cuadradas) y tus tildes ascendentes. Impresos en tu saludo están tu sonrisa y el movimiento de muñeca que solías repetir al inicio de cada párrafo. ¡Se me hacía tan elegante! Anunciaba que ibas a manifestar algo por escrito y por ende, de relevancia. Ese respeto que te llevó a repetir tus primeras cartas o mensajes hasta que quedaran sin tachaduras ni faltas de ortografía, te convirtió en virtuosa del arte de pensar antes de externar. Una mirada al rastro de tu pluma sobre el papel revela soltura y vivacidad para expresar tu sentir y tu modo de ser.
De ti tengo tus palabras. Tuyas, porque les diste forma sobre el papel para poder usarlas. Tengo tus letras trazadas con tu personalidad, tu estado de ánimo. Tengo un sobre y una hoja de papel atemporal, trascendental que vuelve a entregarme tu saludo sonriente y tu cariño aunque tú hayas fallecido hace tantos años.
Te recuerda y te quiere,
tu sobrina