Ratatouille en mi casa

Se delató con una bolsa roída de cremor para café.  La cascada de polvo se esparció por el piso cuando la sacamos de la alacena.  Al revisar la bolsa casi podía distinguirse la huella de dos incisivos.

Un ratón no es mascota. Convivir con uno no es de gente limpia, de buenas costumbres, vamos.  Es más,  a estos roedores se les clasifica como fauna nociva, ese corral que cohabitan  las cucarachas, pulgas, chinches y piojos.

Tengo que deshacerme de él porque los ratones suelen reproducirse abundante y rápidamente. Debe desaparecer antes de que convierta mi biblioteca en otra cascada de confetti.

Debo exterminarlo.

Exterminio… ¡Uff, qué feo suena eso! En estos tiempos de derechos de los animales, de sacrificio humanitario en los rastros, de santuarios de mariposas, mi conciencia –cual Ratatouille– comienza a roerme el alma.

¿Debo tolerar al ratón?  ¿Hay un medio humanitario para sacrificarlo? Ninguno me viene a la mente: todos los venenos y trampas para ratones prometen un final eficaz y bastante doloroso.  Después de todo es fauna nociva, no una mascota fiel a la que se le libera de un sufrimiento innecesario por enfermedad.

Detesto a las ratas.  Las asocio con experiencias sumamente atemorizantes y desagradables, amén de desaseadas. Pero mi conciencia ahora roe mi sentido de la justicia, mi percepción del equilibrio, mi ética que exige trato igual para todo.

Es cierto, especies en extinción como los monos araña no vienen a instalarse en mi cocina. Las mariposas monarca se quedan en su hábitat y rutas migratorias. Hasta los gatos callejeros que, como sus congéneres domésticos creen merecerlo todo, guardan la distancia debida. No suelen invadir las guaridas humanas.

Y, sin embargo, pienso en la anécdota aquella del alacrán que pica a su benefactor porque “es su naturaleza”.  Reflexiono: toda fauna –nosotros incluidos- respondemos a nuestra naturaleza y somos parte de ella. Entonces, ¿qué no merecemos todos respeto a nuestros derechos que incluyen el de la vida?

Soy de las que guía a las moscas y abejas perdidas en mi casa hasta la ventana más próxima. Me regocijo ante la repentina aparición de un colibrí sobre mi jardinera. Procuro no aplastar a los grillos, sino que los levanto y saco cuidadosamente de la casa.  Me quedo deprimida cuando pese a mis mejores intentos por respetar su integridad llego a lastimarles una pata.  Distante actitud ésta al alivio de aplastar inmisericorde a los mosquitos que me tienen en vela con su escandaloso zumbido.

Bueno, el tal ratoncito negro que amaneció esta mañana en el baño evidentemente piensa adueñarse de mi casa. Con ese gusto por la amplitud, al rato seguramente él o sus descendientes invadirán las casas de mis vecinos, tan próximos ellos en este edificio de departamentos.  El estómago, mi conciencia toda se revuelve con repugnancia… miedo. Seguramente no soy tan igualitaria ni ética como lo pensé.  Hoy mismo iré por el raticida a la tlapalería.  Deja de roer, Ratatouille, me acojo a la ley de supervivencia.

1 comentario

Archivado bajo Reflexiones y comentarios

Una respuesta a “Ratatouille en mi casa

  1. Martha, ¡ahora sí me hiciste reír! …y ¡cómo me identifico contigo! Un ratoncito del tamaño de mi dedo pulgar me hizo literalmente treparme a la mesa una vez… y yo que me enfrento a terrores enormes como ladrones armados, secuestradores de bebés… con audacia y valentía y victoria. Te diré que lo único que te quedará si no la exterminas es mudarte de casa. ¡No podemos cohabitar con semejantes criaturas del diablo!

Replica a Joyce Denton Cancelar la respuesta