Desde pequeños a ambos les colocaron cristales frente a sus ojos débiles de constitución, portentosos en su vocación de leerlo y saberlo todo.
Cuando estos dos pares de ojos se contemplaron mutuamente por primera vez lo hicieron a través de los anteojos. Literalmente como si sus almas se asomaran por ventanas de cristal.
(Ignoraron la chispa detectada desde entonces hasta muchos años después, cuando se quitaron los lentes para convertirla en llama y envolverse en ella.)
El advenimiento de las pantallas colocó una nueva ventana frente a sus ojos progresivamente debilitándolos más con su luz, que a cambio iluminó sus seres con noticias, conocimientos y la poesía de las palabras que se dedicaron mutuamente.
Ambos, así de separados y unidos, vivieron su propio paraíso sumergidos incontables horas y días en la lectura de todo cuanto pasaba frente a sus ojos, pues su vocación se había convertido en existencia.
Cuando finalmente sus ojos se agotaron y apagaron por completo unieron esas existencias leyéndose mutuamente el camino infinito de palabras que habían guardado en el inconmensurable espacio de sus memorias.